Perdón que sabe a derrota

Por Octavio Campos Ortiz

México cumplió doscientos años de vida independiente y estamos lejos de la nación que soñaron nuestros ancestros. Nos hemos perdido en una historia de contradicciones que imposibilitan que como mexicanos encontremos nuestra identidad.

La Independencia la iniciaron los criollos y sin más afán que protestar contra los franceses que amenazaban con apoderarse de los dominios españoles. Los insurgentes refrendaron su lealtad a la Corona española y a las leyes hispanas. Al ajustamiento de los padres de la Patria, nuevamente los hijos de hispanos se encaramaban en el poder e Iturbide se erguía como primer emperador.

Nunca se perdió el vínculo con los monarcas peninsulares, porque hasta se adoptó como marco legal lo dispuesto por las cortes de Cádiz.  De tal suerte que, salvo la abolición de la esclavitud, la soberanía de los pueblos originarios y las demandas indígenas tuvieron que esperar a los Sentimientos de la Nación.

Todo el siglo XIX nos la pasamos en guerras intestinas, invasiones y golpes militares con una economía en bancarrota y la expedición de decenas de Planes para sustituir al gobernante en turno. Perdida nuestra identidad nacional. Llegó el Porfiriato y su paz por treinta años, donde los positivistas impusieron un remedo de identidad que fue sustituido por una caótica Revolución que solo cambiaba de gobernantes mediante asesinatos políticos, asonadas y presiones extranjeras. Hasta que se institucionalizó el poder y los civiles tomaron las riendas. Entonces se habló de un nacionalismo revolucionario, más parecido al chauvinismo que a un verdadero orgullo patriótico.

En esta revisión histórica a vuelo de pájaro, ¿dónde quedó nuestro pasado prehispánico, precolombino que tanto presumen ahora?, son tiempos en los que quieren reescribir la historia con una ignorancia supina de nuestro pasado. Piensan que, con rebautizar las cosas, avanzamos a una nueva identidad nacional. Hoy se dice periodo precuauhtémico no prehispánico; se habla de invasión española y no conquista, no hay mestizaje sino avasallamiento, no hay sincretismo sino exterminio y por eso debemos rescatar los orígenes azteca o maya como fuente de un bisoño orgullo nacional, donde las derrotas nos las presentan como triunfos. Ya no es el descubrimiento de América, sino la resistencia indígena de los pueblos originarios, resistencia que duró un suspiro, mientras que la Colonia perduró por tres siglos. Nos han invadido potencias extranjeras y a las derrotas se les llaman heroicas defensas. Veracruz fue violentada en varias ocasiones y ostenta igual número de haches.

El nuevo juguetito es exigir perdón a los dominadores o a la Iglesia y ante la negativa del gobierno y pueblo peninsular de caer en esa aberración, nos contentamos con una escurridiza carta del papa Francisco donde ofrece “perdón” por abusos u omisiones, pero también dice que no hay que anclarse en el pasado. De los códices que le pidieron prestados, solo mandó versiones facsimilares. Llevamos tres años perdidos en la búsqueda de nuestra identidad. Como dice el heredero del trono de San Pedro, no nos anclemos en el pasado, no somos indígenas sino mestizos, estemos orgullosos de ese sincretismo y no festinemos epístolas con informales perdones que suenan a las haches del varias veces heroico puerto de Veracruz o Matamoros. Son perdones o victorias pírricas que saben a derrota.