La decepción nacional

Octavio Campos Ortiz

Como cubetada de agua helada cayó la eliminación de la oncena nacional de la Copa Mundial de Futbol en la ronda eliminatoria. Tres partidos duró la ilusión colectiva, el sueño perene del quinto partido. Cada cuatro años, millones de mexicanos acarician la ilusión de que, en alguna edición de la Copa FIFA, el capitán azteca alce el codiciado trofeo. Y para eso ahorra, para seguir a la selección, ponerse la verde en cualquier estadio mundialista, u organizar los horarios de oficina o escolares para seguir la trasmisión de los encuentros de la escuadra nacional. Cada cuatro años, hay una obnubilación masiva y negamos la realidad.

El futbol no es otra cosa que el reflejo de la situación del país. Lo que le sucede al once nacional es reflejo de la vida pública, el balompié es una forma de escape a los grandes problemas nacionales. Por instantes, nos sublimamos, nos creemos una potencia futbolera, apostamos a las efímeras pinceladas de los seleccionados, y los vemos como esquema permanente de juego. Nada más alejado de la realidad, el futbol, como muchas áreas de la vida nacional, está en crisis. Hay una mediocridad casi genética, no somos buenos para el futbol, como no lo somos en muchas actividades públicas y privadas. Tener un puñado de jugadores en el extranjero es parámetro de lo deficiente de nuestro sistema deportivo; Estados Unidos, que hace veinte años no completaba una selección nacional, tiene más elementos de clubes en el exterior que nosotros, y eso que antes había una paternidad mexicana sobre ellos.

Después de ahogado el niño, tapan el pozo. Ya eliminados, con una gran frustración nacional, con la impotencia de no poder linchar a jugadores, director técnico -gran y millonario fraude que, ahora, abandona la plaza-, directivos federativos y hasta dueños de equipos, la afición mexicana se contenta con mentarles la madre para desfogar su frustración y regresar a su realidad: los problemas cotidianos, a los aprietos económicos, a los eventos de inseguridad, a la incertidumbre del empleo, a la inflación, a la falta de crecimiento. Tanto en el futbol como en la vida como país, la crisis es estructural. Para resolver la crisis futbolera, se tienen que resolver los grandes problemas nacionales. Hay una tragedia nacional en nuestro balompié, se debe tener un diagnóstico ajeno a la comercialización del futbol. No todo es ganancia, hay que hacer cantera, es absurdo que en un país de 130 millones de habitantes no haya 22 potenciales jugadores que nos representen. Los intereses comerciales han impedido que crezca el deporte en México. La culpa no es toda del pulpo empresarial, también debe haber condiciones de sana salud pública y variables económicas favorables que incentiven el desarrollo nacional y el deporte, más allá de los interese capitalistas. Tal vez por eso, Hitler veía el deporte como una política de Estado y de unidad nacional.

Eso nos falta, y para ello debemos cambiar nuestra idiosincrasia. La mediocridad, en todos los ámbitos, nos persigue. Todo un pueblo no puede estar esperanzado, cada cuatro años, a sentirse triunfador. El país es más que once jugadores; si cambiamos la ecuación y como mexicanos, con logros políticos, sociales y económicos, destacamos en la ciencia, el arte, la tecnología, seremos relevantes en el deporte. La gloria del boxeo mexicano se fincó en hombres con ganas de gloria por hambre, por necesidad, igual que sucede con los futbolistas brasileños y africanos, que esa no sea la divisa de los talentos mexicanos. Si cambiamos esa concepción, ya no dependeremos de ilusiones cuatrianuales. México es mucho más que una selección mediocre.