El Ágora / La obnubilación de una sociedad

Octavio Campos Ortiz

Funcionó durante los regímenes de la Alemania nazi y de la dictadura soviética, la población elevó a rango de deidades a sus líderes y creyó a pie juntillas que todo se lo debían a ellos, que, en un mundo feliz, todo era gracias a un gobierno protector y proveedor de los satisfactores necesarios para sobrevivir con el esfuerzo mínimo. La gente, como en esos casos, se acostumbra a recibir los apoyos asistenciales sin mayor obligación que el mantener, mediante el voto, al régimen paternalista que todo lo da, solo con extender la mano.

Esos gobiernos, indudablemente, llegan engañosamente al poder con un respaldo ciudadano muy alto, con índices de popularidad impresionantes, arropados por ofertas atractivas de reivindicación social y la estigmatización de los aparentes enemigos públicos que dan rostro al resentimiento social. Generalmente esos malosos son gobiernos anteriores o adversarios políticos, los empresarios como depredadores y expoliadores del pobre o los opositores por razones políticas, raciales, religiosas o ideológicas. Se exalta la visión maniquea de la historia y el odio social.

No solo son Hitler, Mussolini, Stalin o Franco, también Juan Domingo Perón y Evita, los Castro, los Kissner, los Ortega, Chávez, Maduro, Morales, y en buena medida los golpistas militares latinoamericanos, entre otros. Todos ellos han querido imponer un proyecto político con base en la manipulación de las conciencias. Para ello no solo se han valido de la usurpación, del uso de la fuerza, de la represión castrense, los golpes de Estado y la traición, sino de la obnubilación de las masas.  

Eso lo hacen mediante el control de la información y el manejo de la comunicación. Desde las estrategias de difusión hasta la publicitación de los programas sociales. Pero la venta del personaje dictatorial no recae solo en sus propuestas o acciones simuladas de gobierno, debe ser una acción machacona que impacte en el sentimiento colecto. La estrategia de propaganda subliminal corre a cuenta del inquilino de Palacio Nacional en favor de su instituto político, el cual no cuaja como partido. 

Le ha funcionado el sometimiento de las masas para sí mismo y de su ahora cuestionada popularidad; tampoco su candidata trae el arreste que quisieran, pero insiste en seducir a los electores. En ese sentido procura garantizar, aunque ya sin conseguirlo, la intención del voto de los más jodidos y de los amlovers, los cuales viven esa obnubilación como en la era del nazismo o del estalinismo. Les vendieron la idea de que había que acabar con los depredadores del pueblo, los oligarcas que explotaban al desposeído. ¿Les dará tiempo para mantener sus falaces ofrecimientos? 

La gente creyó en el populismo demagogo, pero luego vivió la catástrofe. Una costosa guerra mundial provocó el suicidio de Hitler y la muerte violenta del Duce; más tarde, la defenestración de Evita y de los golpistas sudamericanos, esperemos el derrocamiento de los nuevos usurpadores y dictadores. 

Pero qué queda en el imaginario colectivo, la idea de que en los regímenes autoritarios y con poca democracia se vive bien, se puede sobrevivir y se ve con naturalidad la ayuda asistencialista del gobierno, la gente se acostumbra a recibir dádivas a cambio de nada, se exige del Estado la obligación de proveer al paisano de lo indispensable a cambio de solo extender la manita.

La negación inconsciente de que construyen un estado autoritario es parte de la estrategia para aceptar el destino manifiesto. El bondadoso “viejito” que nos da todo y lucha contra los malos, como Quijote contra los molinos de viento. Somos similares a los alemanes y soviéticos que estaban agradecidos con sus verdugos. Aceptaban hambre y migajas a cambio de una lealtad forzada. Tristemente esa es nuestra realidad y poco hacemos, como ciudadanos, para protestar contra esos regímenes totalitarios que nos roban la libertad y la posibilidad de progresar. Luchemos contra la ceguera colectiva -eso es la obnubilación-, que no es un destino manifiesto.