Absurdo revanchismo histórico

Por Octavio Campos Ortiz

Nuevo embate recibe la historia de parte del gobierno mexicano y sus intelectuales orgánicos. La campaña chauvinista inició con la petición para que el gobierno español y la Iglesia Católica ofrecieran disculpas al pueblo de México y a los indígenas de América por los excesos cometidos por los conquistadores hace cinco siglos. Obviamente no procedió el reclamo y ninguna de las dos instituciones mostró arrepentimiento.

El año pasado, una delegación mexicana, encabezada por la esposa del presidente, visitó El Vaticano y a la reiterada solicitud de perdón al Papa Francisco por las acciones omisas de los misioneros durante la evangelización, se agregó el préstamo de códices y otros objetos del Tesoro Vaticano para exhibirlos en la conmemoración de la fundación de la Gran Tenochtitlán, caprichosa y erróneamente fijada por el oficialismo en 1321 -los historiadores señalan que fue en 1325-, para  hacer que coincida con los festejos de la consumación de la Independencia de nuestro país, el 27 de septiembre 1821.  Por cierto, la entrada a la ahora Ciudad de México del Ejército Trigarante estuvo encabezada por un español, Agustín de Iturbide. quien se convirtió, no en presidente, sino en el primer emperador de México.

Como con el famoso Penacho de Moctezuma, tampoco tuvo eco la encomienda y resultó un fracaso diplomático. Ni perdón ni códices.

La xenofobia oficial contra los españoles se recrudece cada vez que el periódico hispano El País crítica al gobierno, se le revira desde la mañanera con epítetos como España está peor que México, o “se enojaron porque les quitamos los leoninos contratos a las empresas ibéricas”.

La negación de nuestro pasado llega al extremo de mandar a una oscura bodega al descubridor de América, Cristóbal Colón, como si quitando su estatua de la glorieta que lleva su nombre, limpiáramos un pecado original. Nuestro falso orgullo azteca encontró en el genovés el justo pretexto para vengarnos del dominio español de trescientos años, conquista que permitió el mestizaje de dos culturas del que surgimos los mexicanos.

La sociedad actual no requiere de falsas redenciones, el ciudadano de la calle no pretende hablar náhuatl, venerar a Quetzalcóatl o usar huipiles. Tampoco busca hablar como los españoles o comer diario paella, fabada o chistorra. Los mexicanos somos una nueva identidad que no añora el lejano pasado, sino labrar un futuro promisorio forjado por el talento y creatividad de los mexicanos de hoy.

Por eso es ocioso el prurito de una falsa mexicanidad. La ciudad de México tiene muchos problemas, como para preocuparnos porque la calle de Puente de Alvarado se llame ahora México- Tenochtitlán o que el seco ahuehuete donde lloró Hernán Cortés su derrota en Popotla se deje de llamar Árbol de la Noche Triste para ser bautizado como Avenida de la Noche Victoriosa. Dejémonos de absurdos revanchismos

La independencia, la soberanía y la identidad nacional son más que una nomenclatura.