A más de un siglo, Porfirio Díaz se agiganta

Octavio Campos Ortiz

Abandonado por los mexicanos en un panteón de París -donde es visitado por miles de ciudadanos de todo el mundo-, el general Porfirio Diaz cumplirá, el próximo 2 de julio, 107 años de muerto, y aunque no tiene el reconocimiento de sus compatriotas, todos los días se benefician de las obras que realizó durante casi 35 años como presidente en infraestructura, modernización, avances técnicos y científicos, educación y cultura; además, contribuyó como nadie al desarrollo nacional.

Llegó a la presidencia con un país en bancarrota -no se puede decir que buscaba enriquecerse, como ahora lo hacen los políticos contemporáneos de todos los partidos-, sin el beneplácito de los norteamericanos, lo que dificultaba el conseguir préstamos internacionales. A pesar de ello, pudo pagar la deuda externa, solventar empréstitos de usura, pagar completo a la burocracia y consiguió dinero para construir la red ferroviaria que hasta ahora se utiliza. Salvo pequeños tramos y el cuestionado tren maya, no se ha incrementado un solo kilómetro de ferrocarril.

El héroe de la Batalla del 2 de abril introdujo el telégrafo, el teléfono y electrificó al país, alentó el alumbrado público, construyó el sistema de drenaje de la CDMX, el cual funciona hasta nuestros días. Creó el Hospital General y por primera vez los pobres tuvieron acceso a la atención especializada -con las disciplinas médicas que se conocían hasta esos días-, edificó la cárcel de Lecumberri, con el más moderno sistema de readaptación social y atendió las enfermedades psiquiátricas en el muy adelantado hospital de La Castañeda.

Seguidor del positivismo de Comte, dio impulso a la educación y la cultura. El brillante pensador campechano Justo Sierra fue el secretario de Instrucción Pública e inició las campañas de alfabetización, alentó el esquema de educación básica, media y media superior. Se aglutinaron Institutos de Educación Superior para fortalecer a la Universidad Nacional. Alentó las artes y construyó el Palacio de las Bellas Artes, inconcluso por el estallido de la Revolución. El monumento que hoy conmemora la revuelta de 1910, era la cúpula del faraónico Palacio Legislativo que ideó Díaz.

La historia maniquea, la versión oficial de la historia, ha colocado al general Porfirio Díaz como el gran dictador, el megalómano, el tirano que expolió a los más pobres. Nada más alejado de la realidad. Tuvo errores como todo gobernante, como cualquier ser humano, pero nunca con la intensión -como diría el clásico-, de joder a México. Por el contrario, pretendió unificar a una insipiente nación, formada por pequeñas repúblicas que eran los estados.

Se le ha puesto como antagónico a Juárez, su paisano y maestro, pero si el Benemérito ha tenido el reconocimiento de alguien, ese es el de Díaz. Rindió perenne culto al liberal, a quien sirvió con las armas, pero también perpetuó su nombre con escuelas, nomenclaturas en todo el país, incluso el rebelde de La Noria edificó el Hemiciclo a Juárez.

También la historia oficial, en un odio desmedido contra el oaxaqueño, ha pretendido inculcar que los motivos que impulsaron a Madero estaba el reparto agrario. El movimiento de 1910 solo pretendía sacar a Porfirio Díaz de la silla presidencial, no hablaba de reivindicaciones obreras ni campesinas. Eso fue posterior y por presiones de Zapata. Es difícil creer que el Apóstol de la Democracia buscara el reparto agrario siendo su familia latifundista. Los gobiernos revolucionarios y actuales proscriben el porfiriato, y así lo trasmiten a los estudiantes. Demasiado injusta la visión maniquea de la historia. Se debe rescatar al militar, al liberal, al estadista que dio estabilidad y paz al país por casi cuatro décadas. Difícil será que regrese el héroe de la Batalla del 2 de abril a su tierra, pero su obra debe ser conocida por las nuevas generaciones y aceptar que la base de un Estado moderno la construyó Porfirio Díaz, el general no el coronel.