El gobierno mide con dos varas

Por Octavio Campos Ortiz

La pandemia del CORONAVUS-19 agravó la crisis económica que padecemos desde 2019, cuando hubo un crecimiento menor a cero. A esos números negativos se sumó, en el 2020, la contracción de la economía en -9 por ciento, situación que no se veía desde 1932. Ni “el error de diciembre de l994” tuvo tan graves consecuencias.

El retroceso de la economía hizo que se perdieran más de un millón de empleos formales, cerraran más de 250 mil pequeñas y medianas empresas, el sector privado dejara de hacer inversiones productivas por falta de certeza y lo errático de las políticas públicas en materia económica del actual gobierno y se redujo la inversión extranjera directa. 2021 no se ve nada prometedor, sobre todo por el repunte letal del coronavirus en la primera quincena enero que ha cobrado casi 140 mil muertes y los contagios son de un millón seiscientos mil, con una mortandad cuatro veces superior a la tasa mundial.

La economía está mal, no solo por los efectos pandémicos, sino por la animadversión del gobierno con los empresarios desde el inicio del presente régimen. A la cancelación del aeropuerto de Texcoco -obra financiada por la iniciativa privada que colocaría a México como un Hub internacional, es decir, importante centro de conexiones y operaciones de clase mundial-, siguió la cancelación de la planta de la cervecera Constellation  Brands en Baja California -millonaria inversión que se cayó por decisión de un puñado de ciudadanos en raquítica votación que al más puro estilo de la populista alzada de mano, echaron abajo un proyecto que prometía enorme derrama económica y la generación de miles de empleos-, luego vino una cacería de brujas por aparente evasión fiscal, donde las grandes compañías prefirieron pagar miles de millones de pesos para evitar la amenaza de una persecución penal. Por cierto, ¿qué va a hacer el gobierno este año, cuando ya regularizada la industria, no tengan esos ingresos extraordinarios?

Llegó la pandemia y por ignorancia o soberbia no se quiso reconocer la magnitud de un problema de salud pública que diezmaba al planeta en la peor pandemia de los últimos cien años, solo superada por la gripa española de 1918 que dejó más de sesenta millones de muertos.

Contrario a lo que hacían los gobiernos de los países del orbe, México -que tuvo casi cuatro meses para observar lo que sucedía en China y Europa- llegó tarde a la planeación estratégica para combatir el virus y rechazó fomentar la cultura de la sana distancia, los hábitos constantes de higiene y el uso de cubrebocas.

Solo ante un panorama apocalíptico decretó el confinamiento voluntario, lo que obligó al cierre de comercios y fábricas, escuelas y museos, tiendas departamentales y dependencias oficiales. Pero dejó al libre albedrío ciudadano el cumplimiento discrecional de ese encierro, con la garantía de que no sería sancionada la gente por salir a la calle, ir de compras o reunirse en grupo.

Para mayo, la enfermedad no era ya lo apocalíptico, sino la fragilidad de nuestra economía y vino el crack. Las pequeñas y medias empresas -generadoras del empleo en el país-, empezaron a quebrar por falta de apoyo gubernamental. Se impuso la creencia oficial de que el empresario debe resolver solo sus problemas, porque ganan mucho, explotan al trabajador y quieren incrementar sus recursos con subsidios o la condonación de impuestos. Cero ayudas gubernamentales, que se rasquen con sus propias uñas. Las finanzas públicas son para los programas clientelares, el apoyo a las bases electorales como los ninis y las obras emblemáticas de esta administración.

Castigan al sector productivo, pero alientan el comercio informal, el ambulantaje y los puestos callejeros. Para ellos no hubo prohibición, se les permitió trabajar aún en pleno confinamiento y sin medidas de higiene o de sana distancia. Que truenen los comercios establecidos, que cierren fuentes de empleo, a ellos el rigor de los reglamentos con clausuras si no acatan el cierre obligatorio.  Alientan la informalidad porque representa dinero y votos. Al ambulante gracia, al empresario solo la ley.

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